Que el presidente encargado de Venezuela retorne a Caracas y cientos de personas lo ovacionen –ante el desconcierto del siniestro Servicio de Inteligencia y del propio Maduro– ha sido posible no solo por su coraje, sino por la presencia física de los representantes de las embajadas de América y de Europa en el aeropuerto.
Guaidó llegó Caracas y cientos de personas lo ovacionaron al interior del aeropuerto, ante el desconcierto de los agentes del siniestro Servicio de Inteligencia Bolivariano y del propio dictador (quien, sin lugar a dudas, solo se atrevería a ingresar al país protegido por su portátil y personal militar). Y ha sido posible no solo por el coraje de este joven dirigente del partido de Leopoldo López –Voluntad Popular–, sino también por un apoyo internacional sin precedentes en la historia latinoamericana.
En efecto: cincuenta países de América y Europa advirtieron a Maduro que si intentaba impedir el ingreso o detener a Guaidó, como había amenazado hacerlo, la respuesta de la comunidad de naciones sería devastadora para el régimen. Por ello, en previsión de cualquier percance o acto represivo los representantes de las embajadas de América (entre ellas Perú) y de Europa acudieron al terminal aéreo formando un cordón de seguridad o protección diplomática.
Todo lo anterior por los graves antecedentes que evidencian de lo que es capaz de hacer Maduro. Uno de ellos sucedió el 8 de junio del 2015, cuando arribó a Caracas una delegación multipartidaria de ocho senadores brasileños. Ellos tenían el propósito de visitar al preso político Leopoldo López, recluido en la cárcel militar de Ramo Verde y a Antonio Ledezma, alcalde de la ciudad, que también estaba detenido.
Para impedir los contactos, el Gobierno bloqueó la autopista y cuando los parlamentarios abordaron su vehículo una turba de delincuentes chavistas con polo rojo lo rodearon lanzando improperios y amenazándolos ante la absoluta indiferencia o complicidad de la policía. Ante ello, la delegación tuvo que refugiarse en el aeropuerto y retornar a su país: insólitamente la mandataria Dilma Rousseff, en lugar de responder ante este vejamen, mantuvo vergonzoso silencio y continuó apoyando a la dictadura.
Recordemos que el diputado Juan Guaidó (36), presidente de la Asamblea Nacional y en esa condición presidente encargado de la República, es uno de los sobrevivientes políticos del partido Voluntad Popular y en junio de 2017 fue herido a perdigones en la espalda y cuello por la Guardia Nacional, durante una manifestación de protesta contra la dictadura.
Primero cayó Leopoldo López, preso desde hace cinco años, a quien en su momento los celadores lanzaron excrementos a su celda. Vejaron también a su esposa y a su madre cuando las obligaron a desnudarse para autorizarles las visitas. Freddy Guevara, el número dos y vicepresidente del Parlamento, fue perseguido hasta que tuvo que asilarse en la embajada de Chile. Daniel Ceballos, alcalde de San Cristóbal del Tachira sufrió destitución en 2014 y se encuentra en la cárcel acusado de terrorismo. David Smolansky, alcalde de El Hatillo, burló el cerco policial y se encuentra en el exilio, al igual que Carlos Vecchio, señalado como incendiario y otras patrañas.
Hoy resulta admirable la oposición que desarrollan millares de venezolanos para recuperar su país secuestrado por una pandilla de asesinos y ladrones, que han llegado al extremo de la ignominia de quemar camiones de medicinas y alimentos que deberían entregarse a los pobres. La oposición ya no está sola: en este momento cuenta con el respaldo de una diplomacia activa en defensa de principios y valores democráticos y con pleno respeto a los derechos humanos.